
Una mira desde la ventana en Euskadi y recuerda Palma de Mallorca, intentando anclar la mirada en el próximo destino: Izmir, Mediterráneo, Turquía. Desde esta misma ventana, se observan los pinos verdes en las laderas de las montañas, la vegetación exuberante propia de Euskadi y el cielo teñido de un gris maldito. ¿Merece en realidad la pena este paisaje a costa de este clima? Menos mal que, de vez en cuando, se tiene la posibilidad de abandonar Euskadi: disfrutar de la continuidad del sol, brisa con sol, sol con mar, sol y arena, sol y cerveza, sol y alegría, sol y color tierra, sí, sol y secano, pero sol. Sol también hay en Euskadi, cuando luce es una maravilla, pero es tan escaso que a veces este gris maldito parece apoderarse de la personalidad de los habitantes de este lugar.
Tratándose de un destino elegante, a los que no suelo estar muy acostumbrada, de Palma de Mallorca impacta en primer lugar la bofetada de humedad y calor que se siente nada más salir del aeropuerto. Estábamos en el vuelo, típico adelanto del comandante: “En el exterior hay 24 grados”. Una chica y yo nos miramos: 12 de la noche, ¿24 grados?
De Palma de Mallorca impacta, creo que propiciado por el clima, la alegría de quienes allí viven, cada día tengo más claro el impacto del clima en la personalidad de una sociedad. Habitantes muy alegres, con ese soplo de tranquilidad propio del Mediterráneo (en Grecia uyy qué tranquilidad, en Turquía uyyy espera espera). Una pide un botellín de agua, aguarda 5 minutos para que le cobren, siente ya los nervios de la impaciencia: el camarero no aparece. “¿Estás de vacaciones, no?”, pregunta al volver.
De Palma de Mallorca impacta también el color tierra de sus edificios, ese paisaje secano, decorado por las casitas o casonas que una se encuentra al paso de la mirada cuando en un coche está sentada. Esas casas tan diferentes a las de Euskadi, realmente inspiradoras. Ambas lo son, cada una a su forma. Pero las de ese ambiente secano tienen las flores de los colores en sus entradas, esas palmeritas que tan bonitas son, y las terrazas para respirar cuando el sol se esconde.
De Palma de Mallorca impacta también la huella de cierta pobreza, no sé si acierto en el concepto pobreza, pero sí en cierta desigualdad, en comparación con la riqueza que se ve en muchos de sus rincones: ese paseo marítimo que tanto me recordó a Turquía, los barquitos, los barcos atracados, cruceros, esos edificios majestuosos como la catedral (siempre parecía cerrada) y esos hotelazos en el (des)límite de lo permitido, en comparación con partes del centro de la ciudad o un poco a las afueras, como si no todas las personas vivieran según ingresos de turismo, había edificios abandonados, y muchas pintadas.

Lo de las pintadas me llamó muchísimo la atención, había por todos los sitios, nada común en una ciudad donde hasta hace bien poco se enorgullecía de ciertos títulos dados a ciertos miembros de la familia real, lo del señor que se hacía llamar “empalmado” en los emails que lo llevaron a la maldición de su ética y su reputación, “empalmado” retumba cuando se visita el centro de la ciudad, se habla con los habitantes, y te indican: allí está el juzgado famoso donde se pasea Iñaki. Como si el indicado “empalmado” hubiese sido ya desposeído de su pertenencia al hogar adoptivo en la mente de quienes aquí habitan.
De Palma de Mallorca impactan también ciertos precios; así como una desayuna por dos euros, te tomas una copa por 8 o 10 euros. Esta parte del gin tonic caro no me gustó. En cuanto a la gastronomía, llama la atención las ensaimadas, el pan con aceite y tomate (no recuerdo cómo se llama) y la pomada. Recibe el nombre de pomada la mezcla de un gin que aquí se fabrica con limonada.
De Palma de Mallorca impacta la cantidad de calas y playas que existen. ¿Cuántas habrá? ¿2.000? A algunas se accede en autobús. Prepárese en tal caso para un largo trayecto, ¡qué paciencia! ¿estás de vacaciones, no? A otras es mejor hacerlo en coche. En tal caso, prepárese para desembolsar dinero, si necesita arrendar un vehículo. Sin duda, el resultado de ambas operaciones merece la pena. En las playas se observan a muchas personas tatuadas.

El color del agua cambiante, la tranquilidad de las olas, y el agua aún fresquita, la arena cómoda y ese ambiente secano, de sol, aire con sol, brisa con sol. Eso es la vida.
¡Bienvenido seas, verano y Mediterráneo!
Que fotos mas bonitas…Me gusta ver esta perspectiva de Mallorca, hace mas de 20 años que no voy por allí, y lo que vi en aquella época fue fiesta y discotecas…Da vergüenza decirlo pero no vi ni las cuevas…Creo que todo tiene su momento y ahora me gusta mas la perspectiva de visitar lo que has expuesto en las fotos que lo que yo vi entonces.
Muchas gracias!! un lugar precioso :))